Privilegio de creadores
Siempre consideré Prometheus (2012) una espuria precuela de Alien (1979); ambas son películas de serie B glorificadas, si bien por distintos motivos que procederemos a analizar en esta suerte de ensayo cinematográfico-metafísico. En el caso de Prometheus, nos encontramos con unos personajes planos y estúpidos (es lógico que el genial Michael Fassbender acabe por devorar a sus colegas) y una pretenciosa metafísica inspiradora cuyos condiciones, consecuencias y causas escapan a Ridley Scott y a sus guionistas (y, por ende, al espectador). Alien (1979), por el contrario, fue y es poderosa en su sencillez: la tripulación de ese space trucker se enfrenta al agujero negro de la inmensidad del espacio, logrando la representación cinematográfica más fiable del subgénero denominado “horror cósmico”. En y para la inmensidad negra del espacio, nosotros los seres humanos apenas tenemos importancia.
Empecemos por esta idea-fuerza que subyace en ambas películas, también en Covenant (2017): el terror que entraña el desconocimiento de nuestro lugar en el cosmos, la incomodidad de sabernos desvalidos e inermes frente ante esa inmensidad habitada por colosales monstruos. Nuestras vanas esperanzas de encontrarnos con bondadosos benefactores y santos científicos —reveladores de verdades absolutas— acaba por embarrancar en la cruda realidad: esos padres biológicos que buscamos con tanto ahínco nos odian; el universo nos ignora y aplasta; no somos más que comida o anfitrión para nuestros esclavos, sean éstos replicantes, xenomorfos o robots psicópatas. Elizabeth Shaw aspira a conocer la verdad revelada en virtud de una supuesta decisión: “I choose to believe”; el cosmos, sin embargo, tiene reservada para ella una dolorosa lección: la realidad no está basada en elemento volitivo o razón individual alguna, sino en la terrible depredación de un Pensamiento creador (Noûs del pensamiento supremo, en términos gnóstico-herméticos) infinitamente replicado en el binomio creación-destrucción. Yendo en busca de la santidad en virtud de una supuesta invitación, nuestros idiotas amigos acaban por hallar la muerte enterrada en las entrañas de una cueva primordial.
No necesito saberlo todo.
Estimado lector de estas líneas: el abismo en el que detengo la mirada acaba por atraparme en su negro ojo de muerte. No necesito saberlo todo en calidad de receptor de la obra artística ¿Qué es esa criatura repugnante que emergió del estómago de Kane? No lo sé, por ese motivo es aterradora. ¿Esa nave espacial varada en un planeta inhóspito, a quién pertenece? Lo ignoro, y eso inquietante. ¿Qué demonio emergió del estómago del space jockey? (...) Las galerías emanadas de la laberíntica alma de H. R. Giger (1940-2014) devoran a unos ingenuos humanos conducidos cual ganado por una corporación lejana y todopoderosa (en su charca intrascendente). Precioso don el de la ignorancia.
La inteligencia artificial, ese retoño bastardo de ese otro hijo bastardo que es el ser humano, no es más que una subcreación enmascarada de virtud de un díscolo vástago, a su vez eructado por una raza humana primordial y lejana, los ingenieros. En esa siniestra condición nos topamos con la constante paradoja ilustradora del apocatástasis perpetrado por David-Byron en Covenant (2017): es la inteligencia muerta emanada de una inteligencia viva, generada por una raza primordial de humanos, la encargada de portar el final de éstos. Nosotros los seres humanos deseamos conocer a nuestros creadores con el objeto de interpelarles acerca de nuestro sentido, espacio y destino; subproductos biotecnológicos, sin embargo, conspiran para procurar nuestro fin, demostrándonos un odio profundo y azul.
Ángeles oscuros
Los ingenieros de Scott son una raza creadora a la par que destructora; los infelices descubridores de la verdad última, a saber: cuando el universo se hace intelección en la materia bruta de los seres biológicos, acaba por emerger la raza primordial como epítome de un eslabón perdido, de ahí la autoadoración a las cabezas gigantes, trasuntas de sí mismos, puntos de partida y destino de un pensamiento universal cósmico. Lejos de aferrarse al onanismo metafísico, nuestros ingenieros descubrieron en una olvidada época una línea de luz en la realidad evolutiva cuyo inicio se desprende del puro acto destructivo (i. e. purificador) para desembocar en la sagrada raza "humana". Esta semilla destructora y oscura del universo se hace carne y sangre de los vivos, produciendo el diácono y sus hórridas ramificaciones, los xenomorfos, a quienes se encomienda la sagrada misión de lavar los malos humos de los seres inferiores, es decir, de los hombres hylicos. Los ingenieros representados en las primeras escenas de Prometheus portan la sustancia primordial creadora, cuya propiedad principal aglutina las demás en santa derivación: de la unicidad surge la multiplicidad; lo múltiple deviene sin cesar partiendo de un genoma salvífico.
Los seres primordiales presentan una doble realidad angélica. Son santos en su actividad creadora; desde sus ciudades flotantes en forma oval descienden los beatos, desnudos frente a una naturaleza que clama por ser fecundada. El beato ejerce el sagrado don de los hijos de Dios, el sacrificio, al beber del cáliz blanco; de la desintegración de su cuerpo físico emergerán infinitas criaturas, realidades y obras en los planetas vivos, los escogidos o descubiertos para la grata tarea de los creadores. Y son ángeles caídos en su dimensión oscura; desde sus juggernauts en forma de hoz prehistórica, descienden sobre las razas transgresoras armados del negro hongo de muerte, portador de un agente destructor que devasta por medio milenio los mundos hollados.
https://youtu.be/vDOj9XEezDQ?si=Vj_TBaWN9FnIBQvQ
Gnósticos, sí, pero no místicos. E. A. Poe lo describió mejor que de lo que yo lo haré: "God is material. All things are material; yet the matter of God has all the qualities which we attribute to spirit: thus the difference is scarcely more than of words" (CL 1:454). Los ángeles oscuros son experimentadores de la materia que "leen en el espíritu de la Naturaleza con las manos". Su catarsis no culmina en suicidios colectivos o soflamas contra la reproducción, sino en la profundización científico-mística de las energías ocultas de las sustancias (cfr. Miroir); una suerte de panteísmo retorcido y herético que desafía las creencias trascendentales de Swedenborg y Böhme.
La sala del altar, el bajorrelieve y el mural nos recuerdan a los hipogeos egipcios en su infinita soledad: espacios concebidos para residir en silencio hermético por los siglos de los siglos, preservados de los vivos en una suerte de stasis sólo alterada por la presencia de los chiquillos descarriados. Seres "humanos" que inadvertidamente descienden su mirada de fe en ciencia y creencia para encontrarse con el abismo.
Tecnología alquímica
Los ingenieros no pilotan naves artificiales sino entes vivientes que asemejan catedrales góticas. Son seres antediluvianos dotados de almas abismales; gnósticos malvados que perpetran la destrucción de mundos mediante la liberación de los diáconos. Revestidos de una armadura biomecánica, rezan al único dios que conocen: la creación en virtud del apocalipsis. Las cabezas pétreas de los atlantes se alzan por entre las vasijas diabólicas cuya deidad siniestra se alimenta de las razas humanas inferiores. Parece evidente que la fe de la Dra. Shaw se vería recompensada con la verdad y la mentira de la palabra revelada; porque verdadero era el aviso de los gnósticos y los primeros cristianos: el fin estaba cerca, el juicio final. Sólo un hecho fortuito del "destino" les acabaría protegiendo de los devastadores efectos purificadores del hongo negro; del diácono destructor de cuerpos mediante los abrazadores de rostros. Y falsa era la naturaleza bondadosa del profeta transmitido por la tradición cristiana.
Hemos hablado de catedrales negras carentes de rosetones y vidrieras; en la más negra de las catedrales podíamos asistir a un espectáculo lumínico, mas las naves de los "gnósticos" (así llamaremos a los ingenieros pilotos de los juggernauts a partir de ahora) no presentan al ojo humano color ni luz alguna. Toda catedral precisa de un buen órgano, es decir, de música, elemento que encontramos en el salón de mandos de ese submarino galáctico bajo la forma de botones, esferas y un sextante-timón que envuelve al deán piloto. Elementos musicales hallamos también en los grabados alquímicos y astromágicos, símbolos y representación de la música primordial y las sinfonías celestiales de las esferas. Cuando David y el gnóstico deán superviviente despliegan los mandos de pilotaje, eso mismo es lo que vemos: esferas múltiples de mundos lejanos, líneas de energía; movimientos de rotación perpetuos que trascienden a los sistemas estelares locales; la vibración sagrada de la flauta (Zauberflöte) y los sonidos llenos de potencia emanados de los botones en forma de huevo componen una melodía astral que arroja la catedral hacia los Arcana Coelestia.
La tecnología de los ingenieros no derivaría así de la industria o de los rigores de sistema económico o un método científico agnóstico, sino del profundo conocimiento de la potencia espiritual del cosmos (pneûma).
Orgánico, biomecánico, vivos y muertos
¿Qué diferencia observamos entre la materia viva y la inerte? Obtenemos la aterrada y aterradora mirada de David-Shelley como respuesta:
I met a traveller from an antique land
Who said: ‘Two vast and trunkless legs of stone
Stand in the desert. Near them, on the sand,
Half sunk, a shattered visage lies, whose frown,
And wrinkled lip, and sneer of cold command,
Tell that its sculptor well those passions read
Which yet survive, stamped on these lifeless things,
The hand that mocked them and the heart that fed:
And on the pedestal these words appear:
“My name is Ozymandias, king of kings:
Look on my works, ye Mighty, and despair!”
Nothing beside remains. Round the decay
Of that colossal wreck, boundless and bare
The lone and level sands stretch far away.’
El don de los "dioses" no es el de crear sino el de apenas aprehender lo creado. Ni los ingenieros ni Weyland ni David fueron creadores sino experimentadores. Experimentadores de lo desconocido que acabarían por ser engullidos por sus fantasías retorcidas de inmortalidad y apocalíptica creatividad. Si al ser humano correspondía el destino fatal del armagedón, lo mismo podríamos decir de los ingenieros y sus razas predilectas; en una pirueta ontológica, los ingenieros acabarían por ser devorados por sus hijos díscolos: los imperios antiguos cuya Roma asesinaría a su Cristo redentor, devinieron durante el sueño de sus astronautas negros en aprendices de brujo. Aprendices que si bien desconocían el fruto ígneo de Prometeo, portarían su estandarte hasta el mismo corazón de un cosmos lejano con propósitos torcidos. No en vano, los ingenieros, como los humanos, gustan de comunicarse, don y defecto de nuestra común raza. Por ese motivo, aquéllos emitieron invitaciones en forma de grabados en piedra y arcilla y arte rupestre; los humanos, por su parte, enviarían sondas al espacio con el fin de hacerse eco de su existencia ante lo desconocido. En ambos casos, el desenlace de un encuentro entre padre e hijo, entre creador y criatura, desembocaría en una colisión destructora.
https://youtu.be/92Q7Rv5jT80?si=YNjgJewhWg0djbp9
Prometheus
Scott, quizás inadvertidamente, se burla de nosotros. Nos llama infantiles, estúpidos, vanos e idiotas; nos muestra lo fútil de nuestros empeños por conocer el cosmos, en dominarlo, en crear y emprender a su costa. Nos revela algo en lo que siempre he creído: nuestras ideas o representaciones religiosas e ideológicas son erróneas o parciales, dependiendo de lo generosos que seamos con nosotros mismos; el tejido de lo que denominamos "realidad" siempre será más oscuro, hondo, profundo y devastador.
Jamás un producto cinematográfico fue tan torpemente ejecutado y tan sugerente en sus premisas y consecuencias. Mis conclusiones tras revisitarla una década después resultan favorables en su trasfondo filosófico por lo que de sugerente contiene; sin embargo, soy más partidario de la segunda parte de esta suerte de universo expandido, Alien: Covenant, que de este frontispicio a una nueva saga que, confío, prosiga en Alien: Awakening.
Disclaimer
Este pequeño ensayo en forma de post no pretende explicar el guión de Prometheus o Alien: Covenant, sino conferir una interpretación religioso-filosófica y subjetiva de su universo partiendo de mi trasfondo académico. Ignoro las pretensiones reales de Scott y de sus guionistas y hacia dónde dirigirán la saga en su próximo filme. Honestamente, no creo que Scott haya partido nunca (tampoco a finales de los años 70) de un legendarium inapelable o estático; por el contrario, considero que el cine es el resultado de la creatividad artística lo mismo que de la oportunidad de un mercado y un público variables y siempre cambiantes.
No estoy interesado en el trasfondo inspirador del resto de metrajes que revolotean alrededor de las películas de Scott, a saber: Alien vs Predator, Aliens, Alien 3 y 4.
Keys
- Two different liquors: the multicolor/transparent goo that provides life drunk by the Engineer at the beginning of Prometheus. And the dark goo spreading death, oozing from the vases within the juggernaut’s altar room in Prometheus’ juggernaut.
- The deacon carved in the altar room’s gate represents the unleashed power of cleansing perpetrated by the forces of destruction. Those engineers in charge of the ship are nothing but death-bearers, in route to erase humanity from the face of Earth.
- The species that we called the Engineers is one of the most advanced humanoid race (in noetic terms), who have been spreading life in the galaxy for millions of years. An intimate contact with ‘God’ led them to believe in the deep religion of creation.
- The juggernaut interiors resemble the primordial dark caves. A hollow tubular space carrying death. The immense carrier descending into the virgin planet at the beginning of Prometheus is a life-seeder.
- Their sense of ‘technology’ is simple yet powerful. Machinery so earthly it can be driven by sorcery. Primordial substances powered by mystical influx rather than electrical, thermodynamical or subatomic sources of power.
- The chosen one is designated to die on behalf of a greater good. Obviously the myth of apocathastasis and Jesus Christ lie beneath this powerful image.
- The ‘xenomorph’ is a dark holy beast designed by the dark angels, the Enginners, in order to cleanse their unholy sons.
Resources:
- Alien Theory: https://www.youtube.com/@AlienTheory
- Kroft talks about Movies: https://www.youtube.com/@kroft_movies
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