Recuerdo


El recuerdo es una experiencia persistente que tuvo un inicio, una vida interior y otra futura. Recuerdo de aquello que nos sucedió una vez, de lo que creímos haber vivido mientras lo hacíamos. Una vez masticada esa experiencia y embellecida en un marco, se convierte en un recuerdo sometido a un contexto desde el que desprendemos, extendemos y sostenemos hilos rojos, azules, negros o blancos (el color es lo de menos). Esos hilos son vínculos con objetos pensados o sentidos, dotados o no de silueta, procedentes de otros yoes cuyas realidades apenas ya somos. El recuerdo se convierte en un punto bien colocado en un lienzo blanco en el que envolvemos el halo de lo vivido, el espectro que en realidad somos, desplegándose continuamente y aferrándose en vano a esos puntos, los recuerdos.

Cuando no era más que un niño, no tenía modo de saber en qué consistía el recuerdo; no comprendía aquello de que los muertos viven aún en él. Porque lo hacen, y por ese motivo nos aferramos con garfios a esos vértices que impiden que nos hundamos en la deriva del tiempo. Lo vivido se despliega en un momento o secuencia de instantes para luego ser reinterpretado, embellecido o malogrado por nuestra instantánea futura. O bien, ser evaluado desde un promontorio cual paisaje, avistando desde la distancia otros hilos que antes, mientras experimentábamos ese "recuerdo", no veíamos en relación. Circunstancias antes vividas de cuyo momento no éramos conscientes debido a la edad, se muestran de este modo en todo su esplendor en cuanto nos alejamos y observamos en conjunto su verdadero significado. Lo sentido, lo vivido, la semiótica de su oleaje y lo que en realidad no-somos, se nos presenta desde la distancia de los años como un autorretrato en el que sólo podríamos reconocernos empleando según qué lentes, desde según qué ángulos.

Hubo una vez que desprecié el recuerdo más amado. Lo hice sin saber, como un chiquillo que juega con la pistola de su padre; aquellos momentos aparecían velados por la urgencia del vivir hacia delante, como se suele indicar que es el correcto vivir. La violenta necesidad del futuro nos conduce por sendas oscuras y tortuosas; y mientras tratamos de librarnos de las zarzas del dolor o de la inmediatez, lo que se escurre entre nuestros dedos suele ser esa vida que a posteriori será recordada con nostalgia. Puedo decir que lo pasado se me presenta como una constelación brillante en la que sólo el viviente puede identificar las criaturas mitológicas que representa. Mas no lo niego: hay veces que un recuerdo se sabe tal al ser experimentado. Y, probablemente, esa sea la definición más exacta de felicidad que puedo darle.

Pero no trato de convencerle de la fugacidad del tiempo: eso sería demasiado obvio. Voy más allá: el recuerdo es una sombra del pasado que extiende su reinado hacia el futuro y que contamina con sus luces u olores lo vivido antes de que aconteciera esa experiencia en la que se fundamenta lo recordado. Las experiencias vividas, recordadas, imaginadas y pensadas, pueden ser una y la misma cosa en el interior de nuestras huecas cabezas, y sólo de modo temporal, mientras se experimenta el recuerdo o se recuerda lo experimentado. Ese recuerdo por mí tan preciado fue una espeluznante experiencia al nacer, mas entendido por mi conciencia o yo futuro, se torna en la carta esférica necesaria que navega mi periplo a buenos puertos. Se dice que los malos recuerdos se repiten ad infinitum en la bóveda cóncava de nuestra mente, mas no es menos cierto que su presencia tenebrosa arroja una necesaria luz sobre sus hermanos más felices, mientras duermen en el lecho cierto de la nostalgia donde la amargura, la potencia y el ansia de vivir combaten sin cuartel.

Mi verdadero cielo al morir consistirá en revivir lo recordado con ojos atemporales. Una y otra vez, aportando al recuerdo el sobreconocimiento que entraña la experiencia del haber vivido lo que no pudo saberse; el soñar lo que no pudo vivirse; el sentir lo que jamás pudo haber sido comprendido. En una plaza castellana y en el marco de una ventana hacia la ribera; en el rayo de sol que reconforta al gato. A un país al que usted no se le permite viajar, sólo a quien escribe.




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