El recuerdo es una experiencia persistente que tuvo un inicio, una vida interior y otra futura. Recuerdo de aquello que nos sucedió una vez, de lo que creímos haber vivido mientras lo hacíamos. Una vez masticada esa experiencia y embellecida en un marco, se convierte en un recuerdo sometido a un contexto desde el que desprendemos, extendemos y sostenemos hilos rojos, azules, negros o blancos (el color es lo de menos). Esos hilos son vínculos con objetos pensados o sentidos, dotados o no de silueta, procedentes de otros yoes cuyas realidades apenas ya somos. El recuerdo se convierte en un punto bien colocado en un lienzo blanco en el que envolvemos el halo de lo vivido, el espectro que en realidad somos, desplegándose continuamente y aferrándose en vano a esos puntos, los recuerdos. Cuando no era más que un niño, no tenía modo de saber en qué consistía el recuerdo; no comprendía aquello de que los muertos viven aún en él. Porque lo hacen, y por ese motivo nos aferramos con garfios a eso...