2020
A principios del año en el que nos hicimos mayores, disponíame a escribir una entrada titulada “La década que vivimos peligrosamente (2008-2018)”; en ella planeaba desgranar mi tumultuosa experiencia vital a través de un desierto de solipsismo, ceguera y dolor. Sé lo que es navegar en la mar sometida a la tormenta del azar; sé lo que es amar u odiar a borbotones de hiel. Paladear la sangre de las encías mientras lloran de rabia las entrañas. Ser paupérrimo como las ratas al aullido de una lastimera frustración que vibra sin que una lágrima se atreva a revelar su verdadero rostro. Deforme por el autocastigo, lacerado por las brisas que son vientos para los niños, huí al bosque de la infancia donde hallé único consuelo. Cumplí con mis vicios lo mismo que con mis deberes en una espiral de aspiraciones prefabricadas. Nunca sufrí de sueños rotos: éstos ya eran deformes al nacer; quienes se quebraron en místico trance fueron otras ménades: la desesperanza, la desconexión y la extrañeza me se...